LA ORUGA


No sintió su llegada, solo encontró una cuerda en el estante, no supo de donde provenía ni desde cuando se encontraba ahí, busco sus llaves perdidas una vez más, paciente aún, sin sospechar que a su lado yacía su mascota, la pequeña oruga siamesa que trajo cuando viajo a un país lejano y tenebroso, no la vio tampoco cuando cruzo sobre ella, la luz ya no entraba con fuerza en ese lugar de la casa, deseosa de salir al jardín, solo atino a cruzar el zaguán girando a su izquierda donde una gran maceta, dejaba ver una bella planta, tan verde como el musgo de su pozo de agua, caminó con ternura sobre el sembrado de piedras blancas, temerosa de que alguna se le metiera entre sus dedos desnudos, abusando de la brisa tibia, respiró profundamente hasta llenar sus pulmones con la dulzura proveniente del mar y sus criaturas, ese fresco marino que tanto placer le daba. Busco su hamaca jamaicana dejándose caer en ella en busca de paz, hurgando en su interior, se sintió como un ave pequeña sobre una vela de algún barco lejano y misterioso, cerro sus ojos, deleitándose con su imaginación, así percibió lejana a una nube blanca y vaporosa, justo abrazándose a su pecho su respiración la alejaba de alta mar.
Cuando la encontraron, la oruga lucia enroscada en su cuello como un fino collar de perlas, a sus pies una cuerda en desuso

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