El vestido azul tirado en una silla del dormitorio comenzó
un vuelo por la casa, parecía embrujado. Marcando un ritmo sugestivo danzo en
los pasillos, disfruto los colores de las flores en el jarrón de la abuela, se
puso mi perfume favorito, y como una
princesa fue buscando su sillón para posar su figura y descansar en él.
Mi corazón latía de emoción, sabia de esas cosas que las
hadas sabes hacer, me sorprendí que fuera yo la elegida para una función así
tan pintoresca. Me gustaba mucho ese
vestido, fue el que me dio la
posibilidad de conocer a Santiago de quien me enamore ayer... locamente. En mis sueños yo vivía en un palacio
enamorado y feliz justamente con el hombre del
mismo nombre.
Siguió paseándose realzando su belleza. El resultado fue que
apareciera una bruja vecina que nunca me quiso, y al ver mi hermoso atuendo,
comenzó a llenar de veneno el oído de mi madre, quien ya conociéndola no le dio
importancia. Tome mi prenda y en un
arrojo de ira salí de la casa. Llegando
al fondo del pasillo lo deje deslizar por mi piel sedienta de amor.
Y puedo asegurarles que, como por arte de magia Santiago
entro saltando el rosedal, y allí entre durazneros, ciruelos y algún que otro
perro ladrando, nos fundimos en un beso interminable. Así el azul que me cubría
echo a volar junto a otras prendas, demostrándome que los sueños a veces se
hacen realidad.






