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En pocas líneas me referiré solo a los momentos vividos un día cualquiera, en un lugar cualquiera, lo contaré como si contara un cuento de verdad, de los buenos.
La luz de ese día era muy intensa había mucho sol y se reflejaba en todos los escaparates, tenía pocas ganas de salir pero tenía que hacerlo. Además me aquejaba un fuerte dolor de cabeza que ya era parte de mí.
Iré directamente al meollo del problema, a la realidad del momento. Deseosa de llegar a mi trabajo, solo para apagar un poco el mal humor decidí subir a un colectivo de esos de segunda, para lo cual tuve que correr para alcanzarlo, subí a dicho carro porque en realidad no era más que eso, y conseguí un lugar donde posar mi osamenta, durante largos minutos todo era normal, nada hacia prever lo que después sucedería.
Les cuento, un hombre se subió a dicho trasto, tomado deL pasa manos para no caer, se notaba su enorme cuerpo, su gran obesidad. Por lo que yo podía ver, me di cuenta que era un señor mayor, yo me encontraba a unos pasos del individuo y todavía no podía ver su rostro, lo cual no me preocupaba, pero tenía un poco de curiosidad por su aspecto vulgar, desprolijo, no sé en realidad porque, pero creo que me llamaba la atención su cabello suelto sobre su espalda. De pronto giró, en un descuido mío, sin preverlo se arremolino a mi lado como un cierre relámpago, me apretaba contra el costado del coche, me sentí grotesca como una pobre rana tendida sobre el césped, al merced de un desafiante monstruo, él me miro de pronto como sospechando mi presencia, su figura lo llenaba todo, yo me sentía insignificante ante tamaña persona, creo que él no me percibía totalmente todavía, pero les puedo decir que era más grande que mi dolor de cabeza , y eso les aseguro jajá en confidencia siempre fue grande. En un momento me miro directo a los ojos, ¡¡guau!! No les puedo contar lo que fue. Raro, fue, muy raro, tenía unos ojos hermosos metidos en ese rostro insulso, ojos de piedras cristalinas, si de cristal de aguas marinas, de una belleza nunca vistas, quede paralizada, mi expresión se debió notar porque él de pronto sonrió como disculpándose de algo, y su sonrisa me dejó un sabor a miel. Súbitamente su rostro cambió, y fue el de un ángel, quede muerta, embelesada y locamente enamorada, sin darme cuenta pase de la cordura a la locura, y su cabello me envolvió de tal forma que en un suspiro de ilusión me trasmitió su calor de hombre.