El agua corría veloz sobre los montes y mesetas, se desparramaba sin sonido, con la prisa y la fuerza de aquel momento, muchos ojos miraban su recorrido, sus brazos mutilados se desembarazaban y abrían otros más pequeños, así, hilos de su líquido claro sin descanso arrasaban los pueblos; las personas salían desesperadas, el fluido no los tapaba solo se mostraba poderoso, ansioso de absorber cada pedazo de tierra, quería hacerla suya eternamente, su despliegue era perfecto, cada espacio se fue cubriendo, cuando pudo parar dejo de correr sin control, estaba detenida observando el miedo en tantas pupilas, algunas llenas de admiración, mientras otras con horror la contemplaban, su fuerza parecía debilitada, su quietud nos daba la pauta, pues no debíamos movernos, ni hablar, ni caminar, teníamos que estar muy quietos, sabíamos que esperaba un solo movimiento para entrar en acción. Los animales quietos como estatuas comprendían mejor que nosotros la naturaleza del agua, conocían muy bien su